Existe sin duda en el salvadoreño actual un sentido de desencanto ante su entorno político y social, cualesquiera hayan sido sus ideales hace diez años, sin embargo parece que este mismo desencanto está ya produciendo reacciones individuales importantes orientadas principalmente a confrontar y a entender la nueva realidad, la cual aun es desconcertante y confusa. Sin duda es un país diferente y difícil el que se nos ofrece para ser transformado: La nueva "flexibilidad" política, los problemas de postguerra, la adaptación, el perdón, el rencor, la libertad de expresión, el tremendo cambio social que implica el paso de una sociedad eminentemente agraria a ser una sociedad urbana y el subsecuente nacimiento de la conciencia urbana popular. Los años noventa han implicado el reconocimiento de una nueva identidad salvadoreña que rompe con los viejos esquemas folcloristas y rurales. No solamente porque hemos estado viviendo una historia totalmente diferente a la que pudieron vivir nuestros padres o abuelos, sino porque en el pasado, quizás nunca se tuvo en El Salvador, una identidad que pudiera ser abrazada por todos los sectores en términos generales, nuestra sociedad ha tenido tradicionalmente una actitud más bien de rechazo hacia su pasado, en la consciencia popular, la historia es algo para olvidar más que para recordar. Es evidente que en este momento estamos enredados en un proceso de pérdida de raíces tanto nacionales como locales, ya sea porque estas han perdido su vigencia, o simplemente porque se vieron sustituidas por otros modelos globalizados que de alguna manera resultan más atractivos. Con la sustitución de valores se ha conformado gran parte de la nueva identidad salvadoreña, sin duda inspirada grandemente por los héroes anónimos e indocumentados que han mantenido a flote la economía nacional en los últimos años basándose en remesas familiares. Esta realidad, prosaica para alguno, es sintomática del cambio estructural que ha sufrido la sociedad salvadoreña en los últimos veinte años. Nos encontramos tras un período complicado y confuso, con un país que esta trabajando por adaptarse al ritmo de la contemporaneidad sin tener aun una agenda bien definida e ignorando muchas veces su propia realidad, y en donde existen mundos paralelos (el corporativo, el rural, el urbano etc.) conviviendo en el mismo espacio y tiempo. La producción artística a partir de los años noventa toma en El Salvador caminos pluralistas incursionando en varias vertientes producto de influencias foráneas, y del intenso proceso de cambios e incidencias que vive el país. Existe un anhelo de redescubrimiento y búsqueda que está de alguna manera bloqueado por la falta de oportunidades en el campo de la educación artística, la ausencia de crítica consistente y por la falta de instituciones reguladoras y facilitadoras efectivas. Es cierto que poco a poco, algo se esta haciendo por un buen arte contemporáneo salvadoreño, los esfuerzos son todavía incipientes, sin embargo parecen haber comenzado a abrir camino.
Su contribución como ensayista se refleja en sus múltiples publicaciones como curador y columnas para la apuesta editorial AcercArte de LA PRENSA GRÁFICA de El Salvador. Entre sus publicaciones se encuentran: “El Salvador, Nuevos Caminos”, en la exhibición “Políticas de la Diferencia” (Valencia, España. 2000), "El Salvador: algunos apuntes y una entrevista", "El Istmo Dudoso", Atlántica: revista de arte y pensamiento, No. 31, 2002, Las Palmas de Gran Canaria, España, así como textos para diversas exposiciones colectivas o ensayos monográficos dedicados a varios artistas salvadoreños. En el 2008, con con el apoyo de la Fundación Getty de Los Ángeles, cuatro expertos se unen para rescatar del olvido la obra artística de tres creadoras centromericanas: la guatemalteca Margarita Azurdia (1931-1998), la costarricense Emilia Prieto (1902-1986) y la salvadoreña Rosa Mena Valenzuela (1913-2004). El libro que recopila su obra es "Tres Mujeres, Tres Memorias" cuya investigación y análisis fueron elaborados por la directora de TEOR/éTica, Virginia Pérez Ratton la curadora y crítica de arte guatemalteca Rosina Cazali, la artista costarricense Sila Chanto y el curador critico de arte salvadoreño Rodolfo Molina.