Rodolfo Francisco Molina se gradúa de arquitecto en 1985 de la Universidad Albert Einstein siendo esta una de sus tantas dimensiones creativas. Para esta fecha, mientras la guerra en El Salvador se recrudece, la obra pictórica de Molina ya trasciende las fronteras centroamericanas llegando hasta Estados Unidos y España donde los halagadores juicios de la crítica confirman la presencia de una seria identidad artística. Con su carácter sonriente y trato suave, Rodolfo gesta en su juventud una sólida amistad con múltiples compañeras y compañeros de estudio. Lo mismo ocurre con jóvenes valores, personalidades y amantes del Arte. A través de su vida, por consiguiente, vemos a Rodolfo colaborando con sus colegas en diversos proyectos que van desde montar exhibiciones e instalaciones de arte, concebir espacios públicos, diseñar muebles y construir estructuras decorativas, hasta desarrollar actividades culturales como ensayos, talleres de Arte, curadurías y museología. Al egresar de la Universidad, el joven arquitecto realiza sus primeros trabajos en diseño arquitectónico en la firma Jiménez Castillo, propiedad de uno de los arquitectos y constructores más representativos de El Salvador. Sin embargo, él siente la necesidad de seguir pintando. A mediados de 1986, Rodolfo Molina es merecedor de la prestigiosa beca Fulbright: programa insignia del Gobierno de los Estados Unidos que provee a sus participantes, seleccionados por sus méritos académicos y liderazgo, la oportunidad de estudiar, investigar y enseñar en este país. Así es como Rodolfo cumple su sueño de obtener una maestría en Pintura y Arte (MFA) en The School of The Art Institute of Chicago, SAIC. En artículo publicado por La Prensa Gráfica el 12 de Mayo, 2013, "Tres Facetas de Rodolfo" la actual presidenta del Colegio de Arquitectos de El Salvador, María Isaura Aráuz, comenta:“Rodolfo era un hombre sencillo, auténtico, con expresión dulce y cálida” y reconoce que la arquitectura marcó su obra como artista visual. En el catálogo de la muestra “Adivina”, Latino Chicago Expressions, organizada en 1988 por The Mexican Fine Arts Museum of Chicago, hoy National Museum of Mexican Art, también se destaca: ”la obra realizada en su primera etapa reflejaba sus conocimientos arquitectónicos: pintaba naturalezas muertas en oficinas donde frecuentemente la silla era el elemento más importante de la obra. A partir de esta obra comenzó a utilizar la silla como un símbolo del opresor y el oprimido. Con la silla como iconografía personal, Molina comenzó a desarrollar una obra que está bien pintada y es atractiva". Pero, allí reconoce que para él existe una nueva dirección en su expresión artística y presenta los primeros ejemplos de este cambio en esta muestra. Rodolfo Molina nos confirma la evolución de su obra cuando participa 4 años más tarde en la exhibición “Los Encuentros” organizada por The School of The Art Institute of Chicago, SAIC, en celebración de los 500 años del descubrimiento de América: “Al ingresar a la escuela del Instituto de Arte de Chicago, yo estaba preparándome para un cambio grande y necesario. Me molestaba el hecho de que por ese tiempo mi trabajo hubiese tomado un giro y una intención un tanto efectista. Aun consciente de la necesidad de un cambio, este no podía ocurrir inmediatamente, de modo que puedo definir dos etapas bien marcadas durante mi estancia en Chicago: la primera, de adaptación y búsqueda y la segunda etapa, donde mi nuevo trabajo se define." (Rodolfo Molina, 1992). En Mayo de 1989, Rodolfo Molina obtiene su maestría en Bellas Artes con la grata sorpresa que ha ganado el premio "James Nelson Raymond Travelling Fellowship" por ser el mejor artista entre los graduandos que exponen sus obras en el Betty Rymer Gallery del Instituto de Arte en Chicago. En adición, el arquitecto y ahora consagrado artista recibe el reconocimiento "Faricy Award for Creative Arts" al participar en la exhibición "Jones Annual Graduate Exhibition" en Northwestern University, Illinois. Los premios obtenidos le permiten vivir en España y Portugal para hacer estudios en el Círculo de Bellas Artes en Madrid y profundizar sus conocimientos de historia del arte en varios museos de ambos países. Es allí donde se despierta su interés por la museología y la curaduría.
"Nos conocimos en la galería El Laberinto. Participábamos en la subasta del Patronato Pro-Patrimonio Cultural Salvemos El Tazumal en 1986. Yo no pertenecía al mismi grupo de artistas de El Laberinto, pero nos hicimos amigos. Llegó a la apertura de mi exposición individual en La Galería Centro de Artes de ese año y en un silencioso apuntar de dedo y viéndome a los ojos me señaló las pinturas que a su juicio eran las mejores. Tal vez con una o dos obras de diferencia, yo asentí con un gesto de cabeza mostrándome de acuerdo entre todos los asistentes. Ya en ese tiempo su pintura tenía una factura envidiable y temáticas conceptualmente bastante arriesgadas para el medio local. La mayoría de las obras que yo le conocí en esos años tenían un colorido dramático e intenso, muy diferente a la paleta apagada, agrisada, a veces oscura y entristecida que a muchos de nosotros la guerra nos había conferido. Su interpretación pictórica del espacio estuvo ligada a sus estudios de arquitectura. Sin embargo, en el uso de la geometría, la perspectiva y su evolución hacia espacios de-construidos, su pintura y su dibujo no tenían, ni tuvieron nunca, esos trazos fríos y estandarizados del dibujo técnico. El siempre mantuvo la impronta de la mancha pictórica personal, tan difícil de lograr para la mayoría de artistas que también son arquitectos."
Mauricio Linares-Aguilar, "El café que nos quedó pendiente", 1 de Noviembre 2013.