En el fondo, terminé explicándole, que era otra propuesta artística de bajo costo. ¿Cuáles inversionistas, de dónde?, somos artistas trabajando en eso, estamos soñando pero monitoreando cómo funciona, aprendemos, le afirmé. Nos reímos. Nos repartimos una copa de vino entre los dos. La compartimos porque la concurrencia ya había drenado cuanta botella de vino había en el salón. La lluvia se vino más fuerte. Casi no podíamos escucharnos. Me preguntó qué más estaba haciendo. Estoy pintando unas telas de gran formato, respondí. Dichoso que tenés tiempo, me dijo. No creás, dispongo de poco tiempo. Eso sí, cuando puedo me encierro a pintar, le contesté casi gritando en medio de aquél intenso murmullo y fondo de tormenta. Yo de pasadita en pasadita voy pintando, ahorita poco, pero sigo pintando, me detalló. Según me comentó, en ese momento estaba remodelando una casa, escribiendo un texto, esperando el envío de una exposición, curando la exhibición de un artista salvadoreño muy importante, programándose para la próxima bienal del istmo centroamericano, dando unas pocas clases privadas de pintura y un curso especializado en una universidad y pintando… y él, aparentemente muy fresco y suave,siempre suave en su trato. ¿Estaba haciendo demasiado? En realidad fue siempre muy activo a pesar de su calma aparente. Nos conocimos en la galería El Laberinto. Participábamos en la subasta del Patronato Pro-Patrimonio Cultural Salvemos El Tazumal en 1986. Yo no pertenecía al mismo grupo de artistas de El Laberinto, pero nos hicimos amigos. Llegó a la apertura de mi exposición individual en La Galería Centro de Artes de ese año y en un silencioso apuntar de dedo y viéndome a los ojos me señaló las pinturas que a su juicio eran las mejores. Tal vez con una o dos obras de diferencia, yo asentí con un gesto de cabeza mostrándome de acuerdo entre todos los asistentes. Ya en ese tiempo su pintura tenía una factura envidiable y temáticas conceptualmente bastante arriesgadas para el medio local. La mayoría de las obras que yo le conocí en esos años tenían un colorido dramático e intenso, muy diferente a la paleta apagada, agrisada, a veces oscura y entristecida que a muchos de nosotros la guerra nos había conferido. Su interpretación pictórica del espacio estuvo ligada a sus estudios de arquitectura. Sin embargo, en el uso de la geometría, la perspectiva y su evolución hacia espacios de-construidos, su pintura y su dibujo no tenían, ni tuvieron nunca,esos trazos fríos y estandarizados del dibujo técnico. El siempre mantuvo la impronta de la mancha pictórica personal, tan difícil de lograr para la mayoría de artistas que también son arquitectos. Su aspecto me recordaba un poco al diseñador francés Yves Saint Laurent. En particular cuando aparecía de traje formal y con sus gafas de marco oscuro y un poco severo. Alguna vez se lo dije y estalló en carcajadas diciéndome que él no era ni la quinta parte de feo y depresivo de Saint Laurent, y su fortuna y su éxito ni a kilómetros. Me gustaría más parecerme a Yves Klein. El creador del azul Klein, dijo. Aludiendo al artista que hacía sus performances vestido de etiqueta. Tenía un humor fino, pero nunca burlón. También, lo tengo presente bailando a patada suelta con Cristina Gozzini y luego, años después lo ví con ánimos de bailar tirando sus patadas de vez en cuando y viendo a los otros artistas bailar en el cumpleaños de Katya Romero. No bailó. Se quedó de espectador, y yo estuve todo el tiempo de espectador de los artistas bailadores y de los espectadores de los bailadores. Curiosamente días antes de su muerte lo soñé dirigiendo el montaje de una exposición. Me hacía ademanes imperativos que montara una exhibición en un largo y ancho pasillo blanco interminable. Recorría el pasillo caminando rápido casi hasta el fondo y regresaba, haciendo varias veces lo mismo, gesticulando en silencio y haciendo ademanes con la cinta de medir en la mano. Tal vez la sugerencia del sueño es la continuidad. Creo que le haré caso cuando encuentre ese pasillo en algún lugar. El café nos quedó pendiente. Queríamos hablar de la experiencia de ser Fulbrighter y hacer comparaciones en el tiempo, las instituciones por las que fuimos aceptados y promovidos gracias al programa Fulbright para estudiar en el programa MFA y evaluar los resultados manteniendo en perspectiva los veintitrés años de diferencia de nuestras respectivas graduaciones. Él obtuvo su grado de Maestro en Bellas Artes, MFA en la Escuela de Artes del Art Institute de Chicago en 1989 y yo en el Colegio Fulbright de Ciencias y Artes de la Universidad de Arkansas el año recién pasado, 2012. Ambas instituciones muy distintas y con enfoques e intereses particulares. Al regresar de su programa de maestría, él asumió diferentes roles dentro de la gestión cultural salvadoreña. Casi inmediatamente al llegar fue nombrado Director del Centro Nacional de Artes, CENAR. Estando él en ese cargo, CONCULTURA me invitó a formar parte de su equipo de trabajo como Director Nacional de Artes, sería entonces su jefe inmediato superior. A mi juicio, contradictorio, pues ¿cómo era posible que alguien con más capacidad y mejor preparado académicamente pudiera estar como mi subalterno?. También evalué mis capacidades más acordes con la instrucción académica y decidí tomarles la invitación, pero en la Dirección del CENAR, cargo que yo inmediatamente retomé como su relevo por un cortísimo tiempo. El fue entonces nombrado Director Nacional de Artes de CONCULTURA. A mi renuncia del CENAR, Don Carlos Cañas, quien ya era miembro de esa convulsa comunidad educativa, fue nombrado su Director. Yo regresé a mi estudio a continuar produciendo y eventualmente recuperé mis cátedras en la universidad donde estaba enseñando anteriormente. En mi caso personal, veintitrés años después de aquellas coyunturas en el CENAR, y a mi regreso después de graduarme, yo encontré en el departamento educativo del Museo de Arte de El Salvador, MARTE, donde también trabajé anteriormente como capacitador docente, mis primeros trabajos: dos cursos cortos para artistas que quisieran aprender a redactar profesionalmente declaraciones de artista y escribir un manual para docentes y artistas que quisieran realizar talleres de arte para jóvenes. Luego, he continuado trabajando como consultor, gestor cultural independiente y en mi obra personal. Las circunstancias y las necesidades del medio fueron diferentes para ambos al regresar a El Salvador después de graduarnos, pero de alguna manera se entrecruzaron, a veces por simple coincidencia, a veces por designios de otras personas que confiaron en alguna de nuestras capacidades. Después de su muerte, talvez porque teníamos el mismo grado académico y algunas experiencias similares,creo que muchas personas pensaron encontrar en mi persona algún tipo de reemplazo para algunas de sus múltiples actividades. En realidad, las maneras de trabajar y las vidas mismas no tienen porqué ser iguales ni porqué seguir huellas ajenas. Las muestras más evidentes que ejemplifican nuestras diferencias están registradas en nuestras obras pictóricas, que son en suma los resultados de la investigación personal que intenta individualizar las maneras de ver y proponer nuestras ideas y emociones. Muchas veces que he estado tomándome un café para tener una pausa en mi trabajo, lo recuerdo redivivo. Presiento que llega con su manera parsimoniosa de caminar examinando los alrededores. Aunque ambos ya sabíamos que muchas veces nosotros éramos catalogados y estereotipados como personajes ociosos por la mayoría, y aunque también alguna vez ya habíamos discutido sobre la relatividad y el factor no lineal del tiempo, en mi pensamiento, Rodolfo Molina pone las manos en el respaldo de la silla y sin sentarse me dice, como varias veces me dijo, tengo una hora para cumplir con otra cita. Vámonos y hablamos en el camino. Esa dinámica del tiempo no procrastinado es en efecto, una de las adquisiciones más valiosas de las experiencias que habríamos evaluado o tal vez cuestionado de nuestros programas de estudio y contrastado profundamente con nuestro medio: no perder el tiempo.
Mauricio Linares-Aguilar, 1 de Noviembre de 2013.
Quedamos en tomarnos un café. Pasaron los días, los meses. Reprogramamos varias veces la cita entre disculpas mutuas por las agendas de trabajo y otras actividades. Cada vez que esto pasó, yo pensé en la gente que cree que los artistas somos unos grandes desocupados. Nos manteníamos comunicados por la distancia y razones de trabajo vía el correo electrónico y el chat. Teníamos cuatro años de no vernos físicamente. Nos encontramos de súbito en una ruidosa apertura en el Museo de Arte de El Salvador, MARTE. Nos dimos un fuerte abrazo. Me preguntó si ya estaba “del todo” en San Salvador. Yo le respondí, no sé, la virtualidad lo hace a uno más impermanente y menos arraigado. Nos reímos. Me comentó sobre la página en línea que estaba desarrollando junto con otros artistas. dijo que ya la había revisado y que le parecía muy bien. Además preguntó que si era efectiva con las ventas. Le contesté que sólo habían números rojos y ninguna venta en casi cuatro meses de funcionamiento. Me opinó, al igual que han opinado muchas personas, que en El Salvador la gente no cree en el mercado virtual, desconfía y con justa razón, por tanto fraude, por tanta gente sin escrúpulos. No creí que el mote del discurso estuviera dirigido para mí en particular, pero tal vez él me pensó como un nuevo tipo de galerista, uno más arriesgado. Me lanzó casi como un reclamo o una afrenta, “mirá aquí lo que necesitan los artistas es alguien que los promueva de verdad, que los lleve a las ferias internacionales, que les haga exposiciones con catálogos y que les venda. Alguien honesto y agresivo, que invierta su tiempo y dinero. Aquí solo son pantomimas. Nadie asume el reto de verdad, pero quizás ellos tienen algo de razón si aquí esto ya no es mercado. Lo que quiso ser mercado ya no es ni la sombra y mirá son cientos los nuevos artistas ilusionados de vivir de su trabajo y vender y vender, vender, vender, parece que sólo en eso piensan ahora y la obra está por otro lado. Aquí, deberían de haber por lo menos ocho galerías porque hay cualquier cantidad de artistas, pero la verdad entre tantos amateurs hay ocho veces menos gente interesada en comprar.” La verdad es que me provocó un poco de risa, no por el comentario sino la manera un poco dramatizada de cómo lo dijo. Le contesté que yo también quería un galerista así. Y también, que yo no era ni quería ser ningún tipo de galerista y que veía la red virtual como una manera de promocionar la obra y que por ese lado sí que era muy efectivo. La propuesta del sitio era nada más para hacer presencia en ese mercado global y que era en el fondo un atrevimiento de nuestra parte puesto que no veíamos galerista local alguno que lo hiciera, era también una manera de evaluar si llamábamos la atención de alguien o no y así de paso tal vez con suerte lográbamos sacar algo de los costos. Le expliqué además que ni estamos tan preparados para vender de esa manera, desde el correo físico con todas sus trabas y ocurrencias eventuales y la gente que se necesita para mantener la operación funcionando.
Rodolfo Molina y Mauricio Linares en los 90's